Viajar en bicicleta es algo que todo ciclista debería probar

Viajar, el arte de viajar, el turismo es un invento que trajeron la modernidad y los avances tecnológicos. Un acto hoy cotidiano que un día alguien en UK tuvo la feliz idea de comercializar. Desde que Thomas Cook pusiera precio a los primeros viajes por placer, con objetivos de conocer y saber de lugares, más allá de la necesidad de trasladarse a un lado o a otro, el mundo del viaje ha sido una provechosa industria que ha mejorado la vida de muchas personas y divulgado esas diferencias que nos unen y nos hace mejores como personas. Viajes hay miles, y destinos tantos como motivaciones para el viaje. La sofisticación de la demanda, las mejoras en el transporte, la necesidad de conocer mundo de forma diferente, ha propiciado que el deporte tenga que ver mucho en la elección de un destino. Pero el cliente ha cambiado, ya no es aquel viajero que va a ver un espectáculo o disfrutar de un partido de fútbol o ver el paso de una carrera. El ciclista aficionado medio ya no quiere ir a ver una etapa del Giro a los Dolomitas, quiere subir el puerto en su bicicleta, apostarse y ver pasar la caravana, las estrellas, los descolgados, hasta el último recodo de la carrera que seguro llenó muchas horas de su niñez.
El turista activo
Y por eso, embarca su bicicleta en una bolsa especial de transporte, viaja con ella a Venecia, o a Milán, coge un coche, se aposta en la base del puerto y se dispone a ver la carrera. O quizá, tres meses después de que la competición tuviera lugar, se anima a coger la caravana y se pierde por los recodos de los Alpes, o las maravillas de Flandes, o las carreteras emparedadas por mortero seco en Yorkshire o en cualquier otra región ciclista. Porque el turismo es la industria que camina de la mano del ciclista y del ciclismo, incluso diríamos que más importante que el propio gremio de la bicicleta y todos sus accesorios. Por eso surge el turista de la bicicleta, cuando la bicicleta y su disfrute son el destino, más allá del chiringuito y de la visita a cualquier ciudad o museo, crece el turista que quiere viajar con su bicicleta, o alquilarla en destino, sumarse a stages o a salidas individuales. Inspirado por mil historias, cientos de motivos, es ese ciclista que pedalea por lugares nuevos, que sabe del sitio porque se adentra en él en bicicleta, que quiere sudar, hacer deporte, llevar una vida sana por el día, y disfrutar de las especialidades de la mesa por la noche.
La bicicleta nació con el fin de multiplicar la energía humana con su movimiento, para cubrir la necesidad de transporte, pero el tiempo nos ha demostrado que es una perfecta compañera de viaje, la mejor, ideal, complementa y marida con cualquier propuesta y ofrece la posibilidad de conocer entornos idílicos que el coche tiene vetados, por estrechez del lugar o por la velocidad del vehículo que ve la vida pasar sin opción a coger nada de lo bueno que nos ofrece. Por eso cualquier feria, cualquier web, cualquier revista de un ente turístico repara en el ciclista y lo que puede sacar de su destino. Crecen con la expectativa de un viaje en bicicleta todo tipo de servicios, desde el inicial, como el que ponen miles de hoteles, con recepciones adaptadas a ciclistas, y siguen con espacios para el cuidado de la bicicleta, desayunos cargados de cereales y pasta, rincones de barritas energéticas, mecánicos y talleres para la bicicleta, salas para guardar la flaca, guías locales, tracks para seguir las mejores rutas, conserjes que son ciclistas en sus horas libres y conocen el lugar como la palma de su mano, empresas que te dan la ruta, te sacan y te paran a desayunar en el mejor bar del sitio... Ahora mismo viajar en bicicleta es hacer turismo llave en mano, soluciones mil, los mejores planes, facilidades. Rara es la cadena hotelera que no es “bike friendly” o el destino que no cuelga fotos de ciclistas por sus rutas, rutas que proponen a los mil vientos.
Los destinos ciclistas
El viaje de un ciclista puede tener mil motivaciones, tantas como ciclistas que se plantean un viaje con su bicicleta a cuestas. La primera cuestión consiste en saber qué hacer con la bicicleta, la llevamos puesta o no. Actualmente cada destino importante se dota de servicios de alquiler de bicicletas a la carta. Suelen ser negocios locales que tienen un paquete de bicicletas, previa firma con las marcas, de todas las tallas. Acostumbran a ser locales que anteriormente trabajaron como tienda, incluso pueden seguir vendiendo e incluso ofrecen servicio de taller. La despreocupación es total. El ciclista que quiera conocer una isla de las Canarias o una zona de Sicilia tiene a su disposición directorios con negocios de este tipo prestos a cederle la bicicleta que necesite, de la marca que guste. En otro caso, viajar con bicicleta no es el engorro de antes. Mensajerías como Nacx tienen eficientes servicios para el envío de la bicicleta, incluso tutoriales que explican cómo disponer la bicicleta en la una caja perfectamente protegida para que viaje con toda comodidad. Sin duda, la primera estrella del viaje en bicicleta de gravel en este lado de los Pirineos, la ruta que abrió las rutas fue el camino de Santiago, un camino iniciático que es un premio para ciclistas que quieren cierta dureza, con tramos variados, e incluso posibilidad de alternar sterrato y pistas de tierra, si así se prefiere, con todo tipo de paisajes, una cultura enorme y un regalo de gastronomía que ahora en verano, con noches cálidas y días largos es una recompensa.
El camino de Santiago está ampliamente preparado para recibir ciclistas, su red de hospedaje, la señalística, todo invita a iniciarse en una ruta que recupera el sentido original de cicloturismo, “slow cycling” que gusta llamarle, un maridaje de bicicleta, esfuerzo, paisaje y sentidos que culminan en Compostela, la ciudad donde se dice que unos discípulos enterraron los restos del apóstol mucho antes de nacer cualquiera de nosotros. Luego, la geografía española ofrece múltiples rutas, otra muy evidente es la de la plata, en el sentido que se quiera, porque si el camino hacia Santiago va hacia poniente, éste puede ser de Sevilla a Gijón o viceversa. Es una ruta que abre en canal los atractivos de España y las diferencias entre el frondoso norte y el cálido sur, con una ciudad privilegiada, Astorga, la que tiene a bien ser el punto de cruce de los caminos de la Plata y Santiago. Así las cosas, cada zona tiene sus atractivos abiertos de par en par a los ciclistas. Rutas de singular belleza por las diferentes zonas de los Pirineos, algunas abruman por su espectáculo y dureza, las navarras por ejemplo. La costa del Cantábrico es otra opción, sin obviar otras más recónditas que esconden tesoros increíbles, como las del Duero, por la meseta, el del Cid, adentrándose en el Maestrazgo, o la de los pueblos blancos andaluces.
Grandes parajes que siempre fueron ciclistas
Un vergel de cicloturismo mundial es la isla grande de las Baleares, Mallorca, un enclave que bebe de la bonanza del cicloturismo mucho antes que otros sitios supieran de su existencia. Con una gran red de agroturismos, la isla se salpica de lugares mágicos como la zona de Soller y Tramuntana para subidas con el premio de la panorámica en la cima, o lugares que son páramos para rodar al calor de la brisa del Mediterráneo que sopla por los cuatro costados. En Mallorca tiene lugar una de las grandes marchas cicloturistas de cada año, la 312, que es eso 312 kilómetros de contrastes brutales y parajes que dejan sin aliento a un pelotón venido de medio mundo.
Y es que la geografía española, gracias al ciclismo profesional, ha puesto en el mapa muchos sitios que de otra manera no se sabría de ellos. Son grandes o pequeños puertos, pero santuarios muy presentes en el oremus del ciclista medio que busca poner en su Strava, ay su Strava, la misma ruta que vio grandes gestas. En Asturias, la oferta es fecunda en mitos y ascensiones que sacian los paladares ciclistas más exigentes. Desde la icónica subida al Naranco, que desde Oviedo sirve para completar una ruta tremenda por el prerrománico de la zona, a los Lagos de Covadonga o el Angliru, un monumento a la dureza del ciclismo moderno, de cuya leyenda se beneficia el municipio que tiene en la base, Riosa, un enclave que admite los beneficios turísticos que le ha traído el ciclismo. Cualquier rincón de Huesca o Lleida ofrece parajes enormes y subidas que te ponen al límite, ascensiones que a veces te llevan al otro lado, a Francia, donde, luego lo veremos el cicloturismo y la cultura de la bicicleta van en otro nivel. La Sierra de Madrid es otro lugar concurrido, por gente venida de fuera que se entremezcla por la gran cantidad de gente que sale de capital buscando la dureza de Cotos, Morcuera, Navacerrada y más allá, la Bola del Mundo, ese sitio al que se accede haciendo eses. En el sur, Granada y su sierra siempre nevada, hollar el Veleta es otro de los grandes hitos, allí donde el oxígeno escasea y el pedaleo se hace penoso. Igual que en las Canarias, las islas de los doce meses, donde los mejores profesionales se concentran para una vida ermitaña pensado en las grandes citas, y los cicloturistas más atrevidos se encaraman dirección al Teide para cruzarse a uno de sus ídolos en plena agonía.
El cicloturismo en Europa
Como decíamos unas líneas más arriba, Francia es otro escalón en turismo vinculado al ciclismo. Tener un motor como el Tour ayuda, pero también un mimo y un cariño por sus símbolos que es digno de admirar. En los Pirineos la concatenación de Tourmalet, Aubisque, Aspin, Peyresourde junto a otras perlas como Hourquette d´ Anzizan, Luz Ardiden y demás hace de los Pirineos franceses el vergel de millones de cicloturistas de todo el mundo. Ya no es sólo subir grandes mitos del ideario ciclista, es hacerlo en medio de gente venida de cualquier rincón, desde poblaciones repletas de símbolos ciclistas, que trepan por una simple fuente donde repostar el bidón a cafés, hoteles, restaurantes y tiendas volcadas con el negocio de las dos ruedas. Y algo similar sucede si se cruza hacia el norte y se sondean los grandes colosos alpinos, sea por Francia o por Italia, donde el tránsito por los Dolomitas es un caramelo, un regalo para los ojos y un reto para el físico que tendrá que aderezarse ante rampas que se van a los dos dígitos rápido.
Las regiones que invitan a pedalear
Quedarse en las grandes cimas, las subidas exigentes y los porcentajes imposibles sería retratar de forma muy parcial lo que el viejo continente ofrece. Suiza hace gala de una oferta variada para pedalear, y no sólo por grandes colosos, también por encantadores enclaves en los alrededores de Ginebra o Berna. Hay regiones que nacieron para acoger ciclistas, la Toscana italiana y ese sabor de ciclismo clásico al que ha sabido vincular a su oferta, lo mismo que la vecina Emilia Romagna con pueblos preciosos perfectos para escapadas ciclistas que podrían incluso contemplar la salida familiar, sin exigencia, sin presión, por el mero hecho de rodar.
Francia tiene la zona del Loira e incluso las colinas bretonas, preciosas cuando llueve y cuando no, lo mismo que esa nueva región que se ha situado en el mapa ciclista, que es Yorkshire, el corazón de Inglaterra, que vende parajes de cuentos de Tolkien. Parajes que se inspiran donde el ciclismo posiblemente tenga su kilómetro cero, en Bélgica y Países Bajos, un poco más al sur, en medio de grandes países que miran con envidia cómo Flandes, por ejemplo, se ha convertido en la meca que todo ciclista un día querrá conocer. Y es que la oferta de Flandes es transversal, desde rutas de todo tipo, para pedalear además con los más pequeños, a ciudades preciosas y un sinfín de recuerdos y símbolos ciclistas que harán de la experiencia del viaje en bicicleta la más gratificante de cuantas sueñe hacer.